temiendo la cena
Mi corazón se hundió bajo el peso de la expectación, preparándome para otro aluvión de insultos. La perspectiva de soportar una vez más la implacable malicia de mi suegra embotaba mi optimismo habitual. Sin embargo, bajo el temor, parpadeaba una chispa de desafío, una esperanza rebelde de que esta cena podría ser diferente. La idea de defender por fin mi postura añadió una nueva dimensión a la amargura familiar, transformando mi ansiedad en una resolución tentativa y cautelosa.

Temiendo la cena
planificando la refutación
Decidí canalizar mi frustración para elaborar una respuesta contundente que marcara un punto de inflexión definitivo. En los momentos de quietud, me imaginaba la expresión de su rostro cuando sus propias palabras le devolvían el eco, obligándola a enfrentarse al peso de su malicia, una reflexión que ya no podía ignorar. Aquel pensamiento me infundió una tranquila sensación de determinación. No se trataba sólo de defenderme, sino de establecer un límite que debería haber existido hacía mucho tiempo. Estaba dispuesta a desmantelar la ilusión de control que ella mantenía tan firmemente.

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